En el imaginario colectivo, la distinción entre sustancias “permitidas” y “prohibidas” suele corresponder más a criterios históricos, políticos o culturales que a un análisis riguroso de sus verdaderos impactos sobre la salud. Mientras que drogas como la marihuana han sido ampliamente estigmatizadas, otras sustancias como el alcohol, el tabaco o incluso el azúcar —con efectos comprobados sobre la salud física y mental— gozan de un alto grado de aceptación social y legalidad. Este informe busca analizar el consumo de estas sustancias desde una perspectiva crítica y multidimensional, centrada en la seguridad en distintas dimensiones: física, psicológica y social. Asimismo, se abordarán las posibilidades de consumo responsable, la disponibilidad de estrategias de reducción de daños, y la relación entre percepción social y peligros reales.
Además, se reflexionará sobre el derecho individual a decidir sobre el propio cuerpo. En una sociedad que se dice libre, ninguna entidad gubernamental debería tener el poder de prohibir decisiones personales sobre el cuándo, cómo y dónde una persona elige consumir una sustancia, siempre que dicho consumo no afecte negativamente a otras personas. Replantear la política de drogas y hábitos desde una lógica de autonomía, respeto y cuidado puede ser el primer paso hacia una salud pública más coherente y justa.
La reducción de daños permite acompañar el consumo sin caer en moralismo o castigo. Existen campañas claras para el tabaco y el alcohol, pero poca orientación para quienes consumen marihuana o azúcar. Esto revela la incoherencia entre la permisividad cultural y los riesgos reales. Es fundamental que el gobierno se enfoque en ofrecer información clara, educación y campañas reales, basadas en evidencia, sin sesgos ni favoritismos hacia ninguna sustancia. Su rol debe ser el de facilitar que las personas tengan herramientas para tomar decisiones informadas, pero nunca para prohibir o castigar las decisiones individuales sobre su propio cuerpo. Reconocer el derecho a decidir sobre el propio cuerpo es clave. Cada persona debería tener la libertad de consumir lo que elija, siempre que no afecte a terceros. Esto debe ir acompañado de educación, acceso a información veraz y opciones para reducir riesgos. El gobierno debe proteger, no imponer.
Fomentar un consumo consciente también implica cuidar del cuerpo y la mente después de experiencias intensas o hábitos acumulativos. Muchas personas optan por soluciones naturales como las gomitas con CBD para regular el descanso, o tinturas sublinguales que ayudan a manejar el estrés cotidiano sin efectos invasivos.
En conclusión la legalidad y aceptación social no reflejan necesariamente el riesgo real de una sustancia. El alcohol, el tabaco y el azúcar, aunque normalizados, tienen impactos más peligrosos que la marihuana. Replantear las políticas desde la evidencia, la justicia y la autonomía puede conducirnos hacia una sociedad más coherente, segura y respetuosa con las decisiones personales.